martes, 23 de marzo de 2010

Sobre la reforma de la Diagonal

El pasado 18 de marzo, el alcalde de Barcelona presentó ante la ciudadanía las propuestas para la reforma de la Diagonal, las cuales serán sometidas a consulta popular el próximo mes de mayo. En este sentido, son muchas las voces que opinan sobre la idoneidad de introducir la consulta ciudadana en esta decisión tan fundamental para el desarrollo urbano y metropolitano de Barcelona.

Sin entrar en detalle, el Ayuntamiento propone dos alternativas de reforma que, con distintas caracterizaciones, proponen reducir drásticamente el tráfico rodado en la Diagonal, convirtiéndola en una vía que se integre mejor dentro del paisaje urbano de la ciudad y permita una mejor conciliación entre los ciudadanos, los espacios públicos y la actividad comercial.

Pero los barceloneses no sólo podrán expresar su opinión sobre cuál de esas dos alternativas les parece más apetecible, y es que la consulta ciudadana incorpora una tercera alternativa, la opción C: dejar la Diagonal tal y como está en la actualidad. Personalmente, me produce una gran sorpresa que la consulta considere a votación la posibilidad de no ejecutar reforma alguna. Me sorprende porque, a priori, un gobierno municipal responde a un programa electoral y a una agenda política propia, que debe materializarse en un proyecto propio de ciudad. Asumo que cuando un Ayuntamiento saca a la luz pública su intención de reformar una parte sustancial de la ciudad es porque se enmarca en un proyecto global de ciudad y que, por tanto, es difícilmente entendible e incluso inasumible sin su contextualización en ese modelo de ciudad. Como atenuante, cabe decir que la introducción de la opción C fue forzada por el grupo de CiU, por lo que podemos aceptar que el Ayuntamiento pretendía consultar las alternativas de reforma, entendiendo que ésta era necesaria e ineludible. Aunque los dos posibles proyectos de reforma responden a un mismo modelo, con la conexión entre el Trambesòs i el Trambaix como buque insignia.

Por partes, este proceso de participación ahonda sobre un tema recurrente en referencia a la democracia como forma idónea en la toma de decisiones sobre proyectos concretos. ¿Es compatible la democracia con la búsqueda de la eficiencia y el imperio de la razón en la toma de decisiones? En mi opinión, se trata de una pregunta sin respuesta, ya que estamos mezclando conceptos que no casan bien. La democracia podría definirse como el poder de la mayoría y, por lo tanto, nada que ver con el triunfo per se de la opción más razonable. Además, la razón es seguramente uno de los conceptos más subjetivos que puedan existir y, en principio, la democracia (basada en la aritmética de la mitad más uno) es la más pura de las objetividades. Pero sin huir de la cuestión, la Ley de Urbanismo de Catalunya introduce la necesidad de someter a la visión de la ciudadanía los procesos de transformación y reforma urbanísticas, a través de procesos de participación ciudadana. Pero hay que ir con cuidado con no convertir esos procesos de participación en plebiscitos políticos o en elementos de propaganda.

Y es que para la consulta en cuestión, están llamadas a opinar todas aquellas personas mayores de 16 años que estuvieran empadronadas en la ciudad de Barcelona a 1 de enero de 2010. Ante esta posibilidad, surge casi de manera inmediata una pregunta: ¿están todos los ciudadanos capacitados para decidir sobre una cuestión de urbanismo por el mero hecho de ser ciudadanos? Nuevamente, se trata de una pregunta de difícil respuesta. Si aceptamos que sí, seguramente estemos cayendo en la dinámica del asambleísmo, el cual de por sí puede poner en entredicho la necesidad del actual sistema de representación política. Si de lo contrario respondemos negativamente, podemos caer en el elitismo de considerar que sólo las clases intelectualmente preparadas están capacitadas para expresar su opinión y que ésta sea tenida en cuenta. Estaríamos entrando en el resbaladizo terreno de la democracia cualificada, y la democracia es un concepto que no acepta adjetivos calificativos.

Pero en mi opinión, hay otros aspectos que son más interesantes de valorar con respecto a la consulta ciudadana. En primer término, la consulta se reduce al ámbito de la ciudad de Barcelona, cuando con toda seguridad existe una gran proporción de barceloneses que utilizan con muy poca frecuencia esta vía y, en cambio, gran parte de los usuarios de la Diagonal son personas que viven fuera de Barcelona y que la utilizan en sus desplazamientos diarios para dirigirse de casa al trabajo y del trabajo a casa, por ejemplo. Este punto me lleva a pensar en el actual modelo de planificación territorial dentro del ámbito de la región metropolitana de Barcelona. Puede parecer que cuando se trata de una intervención urbanística en municipios de la región otros que Barcelona, todo debe contar con el visto bueno de la ciudad central, pero que cuando se refiere a la planificación de la ciudad central, poco o nada tienen que decir el resto de la región metropolitana.

En segundo término, nos podemos preguntar si resulta trascendente la opinión de un ciudadano que, por ejemplo, vive en Sant Andreu y trabaja en Nou Barris, y que transita por la Diagonal poco más que una vez cada tanto. Y es que en un contexto en el que cada vez más se defienden los intereses de forma local, dentro del ámbito global de una realidad metropolitana, el censo establecido para la actual consulta parece cuanto menos poco acertado. O lo sometemos al conjunto de los usuarios reales (el ámbito metropolitano) o lo reducimos a aquellos vecinos que viven la realidad de la actual Diagonal en sus propias carnes (¿el distrito del Eixample?).

Decantarnos por una u otra posibilidad no es baladí, y es que responde a qué entendemos que debe ser la Diagonal. Podemos entender que la Diagonal es una vía crucial que no sólo atraviesa la ciudad de Barcelona de punta a punta sino que sirve de eje viario que permite la comunicación con el conjunto de la región metropolitana, y que, por ello, cualquier tipo de reforma debe ser contextualizada en relación a su impacto sobre la movilidad dentro de la región metropolitana. Sin ir más lejos, en su proyecto de Ensanche de Barcelona, Ildefons Cerdà introdujo la Diagonal como enlace entre los diferentes municipios que se configuraban en aquel momento en los extramuros de la ciudad condal. Pero por el contrario, podemos entender que la Diagonal debe responder únicamente al contexto urbano de Barcelona y que, precisamente, su actual realidad como vía de entrada y salida de la ciudad y de comunicación con el resto de la región metropolitana es un accidente fruto de la falta de una planificación adecuada, el cual debe ser subsanado. Así pues, nuestra posición respecto a la naturaleza de lo que es y debe ser la Diagonal está, indirectamente, posicionándonos a favor de una u otra alternativa, de la opción A y B o de la opción C.

En mi opinión, la realidad es que estamos ante una consulta que va más allá de si nos gusta el bulevar o la rambla o si preferimos que todo siga como está. Estamos ante la tesitura de decidir si apostamos por mantener un modelo de movilidad metropolitana basada no sólo en el uso intensivo del vehículo privado sino en su introducción hasta el mismo núcleo de la ciudad central; o bien, apostamos por un modelo de movilidad basado en el uso del ferrocarril como modo de transporte esencial entre los municipios de la región metropolitana y Barcelona, complementado por un modelo de movilidad dentro de la ciudad central que permita desplazarse de una manera más eficiente y conciliadora (en tranvía, por ejemplo), que contribuya a mejorar la calidad de vida urbana.

Ante esta situación, posicionarse a favor de la opción C parece lo más razonable, ya que sabemos que para dejar las cosas como están no es necesario tener más proyecto que el status quo. Pero para posicionarse a favor de alguna de las dos alternativas de reforma, necesitaríamos cerciorarnos de que esa transformación será el inicio hacia un verdadero modelo de movilidad metropolitana sostenible. Hoy por hoy, desconozco si realmente existe un proyecto implementable que nos lleve en un plazo razonable hacia ese modelo sostenible, pero en cualquier caso, de lo que estoy seguro es que, de existir, la mayoría de los ciudadanos lo desconoce, lo que convierte la consulta ciudadana en un ejercicio de dudosa utilidad.

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